¿Existe el nesib?

¿Existe una persona predestinada para cada uno de nosotros? Y si es así, ¿cómo sé si estoy con la persona correcta?

Una de las incógnitas más comunes que tienen los jóvenes en general  así como los padres de éstos, es acerca de “la pareja”. ¿Acaso está destinado desde las alturas con quién contraerá uno matrimonio? ¿Existe el famoso nesib, el “destino”?

Como en muchas otras cuestiones, hay distintas opiniones rabínicas basadas tanto en el Talmud y en los libros escritos por sabios de distintas épocas. Así que para tener un panorama claro sobre este tema, quiero exponer una visión intermedia del asunto.

En el Talmud está escrito que cuarenta días antes de que el varón es formado en el vientre materno, una voz celestial anuncia con quién habrá de casarse este niño en el futuro. Es decir, que D’os ya decretó quién se casará con quién.

La línea de pensamiento de la Kabalá va todavía más allá, y nos dice que toda pareja está compuesta por dos medias almas que cuando se unen en matrimonio, se vuelven una sola. Esto está basado en lo que los sabios nos cuentan sobre Adam, el primer hombre, quien al ser creado originalmente por D’os, estaba compuesto por dos cuerpos en uno: hombre y mujer. Estas dos partes fueron posteriormente separadas, y con ello, se separaron también sus almas, las cuales vuelven a fusionarse en una cuando se unen en matrimonio.

Acorde a lo expuesto, el nesib se cumple cuando dos medias almas originales se unen al contraer matrimonio, cumpliendo así con el proyecto inicial del Todopoderoso. Sin embargo, en la vida real, esto no siempre sucede así, ya que al hacer uso de su libre albedrío, el ser humano en muchas ocasiones puede cambiar su destino.

Podríamos dividir esto en tres diferentes situaciones:

La primera: los sucesos o eventos que son solamente obra del destino, y sobre los cuales el individuo no tiene poder de elección. Por ejemplo: cuándo y dónde nacemos, nuestras características genéticas, quiénes serán nuestros padres o hermanos, etc.

La segunda: las que son totalmente resultado de nuestro libre albedrío, tales como nuestro comportamiento en la vida diaria, nuestras reacciones ante las circunstancias, y prácticamente todo lo que comprende la elección entre el bien y el mal.

Y la tercera: las que combinan ambas cosas, destino y libre albedrío; como es el caso del matrimonio. A pesar de que ya esté determinado con quién habremos de casarnos, nuestro libre albedrío puede llevarnos a decidir tomar o no tomar tal opción; es decir, podemos decidir no casarnos en absoluto, o casarnos con alguien más. Otro ejemplo de esta situación es el tiempo de vida que se le destina a la persona en este mundo: por un lado ya está decretado desde el inicio cuánto vamos a vivir, pero ese lapso lo podemos modificar si decidimos, D’os no lo quiera, atentar contra nuestra propia vida o salud, acortando así la duración de la misma.

Lo explicado hasta ahora es la filosofía y la ideología sobre el tema, pero ya en la práctica, ¿qué debemos hacer para saber si nuestra elección de pareja es la correcta? ¿Por el simple hecho de habernos casado con alguien significa que ese alguien era nuestra pareja ideal, y por ello debemos esperar que dicha unión derive en un matrimonio exitoso?

La realidad es que, como en todo lo que hacemos en la vida, cada quién debe hacer su parte. En este caso, esto sería hacer el esfuerzo por conseguir la pareja idónea para casarse, siendo ésa la voluntad de D’os (porque como sabemos, casarse es un precepto divino). Así que, al momento de buscar a la pareja ideal, se debe tratar de encontrar a alguien que, a nuestro criterio, tenga el potencial y las aptitudes para formar un buen hogar con valores y poder educar a los futuros hijos en el camino correcto.

Simultáneamente a poner de nuestra parte, tenemos que permitir que el Creador nos ayude, tomando en cuenta lo que nos pone en el camino, sin desesperarnos. D’os nos ayudará cuando Él considere que sea el momento indicado. Si tenemos buena intención, y si hacemos lo que está a nuestro alcance, Hashem nos ayudará y nos mandará a nuestra pareja ideal con la cual podamos cumplir el precepto divino del matrimonio.

Pero si por el contrario, buscamos contraer matrimonio con un interés de por medio, y no con las intenciones correctas antes mencionadas (por ejemplo, casarnos por dinero, o con alguien ajeno a nuestra religión), entonces con nuestro libre albedrío podríamos estar alterando el destino que D’os tenía para nosotros.

Por otra parte, en ciertas ocasiones se vale romper un noviazgo o un compromiso, siempre y cuando se haga por razones válidas y legítimas. En realidad, la finalidad misma del noviazgo es precisamente el conocer a la otra persona y corroborar si se cumple o no con los requisitos que se busca para formar una vida juntos. Y si no se cumplen, es lo correcto disolver la relación.

Así que, en resumen: debemos hacer nuestro esfuerzo y lo que está a nuestro alcance con las mejores intenciones; lo demás, debemos dejarlo en manos de D’os y pedirle que nos ayude a casarnos con la persona ideal.

 

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