Pésaj y los milagros

Al acercarse la festividad de Pésaj, observamos que la Torá le da una importancia extrema a los sucesos relacionados con la salida de Egipto, haciendo énfasis especial en la transmisión a los hijos. Además, recordamos este acontecimiento todos los días, en los rezos diarios, al ponernos el tefilín, al recitar el Shemá, en las festividades y se repite numerosas veces en toda la Torá.

“Yo soy el señor, Vuestro D’os, que te saqué de la tierra de Egipto para ser tu D’os.”

¿A qué se debe tanta importancia a este hecho meramente histórico?

En este suceso se sustenta nuestra fe, que no es una fe ciega. D’os demostró su existencia y su poder con hechos. Era una época en la que reinaba la idolatría y cada pueblo tenía su propio grupo de dioses a quienes adoraban. En ese contexto, al alterar las fuerzas de la naturaleza a su voluntad, el Señor demostró al pueblo de Israel y a los Egipcios que Él es el único y verdadero D’os.

Las diez plagas abarcaron todos los elementos de la naturaleza: fuego, aire, agua, tierra, a los animales y a los humanos. Desde la primera plaga, sangre, que contaminó el agua; siguiendo con los piojos que surgieron del polvo; los animales feroces que invadieron las casas; la lluvia, que se convirtió en granizo de fuego; la luz que desapareció, para cubrir la tierra de oscuridad, etcétera.

Ninguna otra fuerza pudo detener estos prodigios. Los mismos brujos egipcios reconocieron que se trataba de un poder que ellos no podían vencer, ni equiparar siquiera. Ellos advirtieron al faraón que se encontraban ante el único D’os, cuyo poder era superior a cualquier otro. A partir de ese momento, el pueblo hebreo reconoció contundentemente, con base en estos hechos, la existencia de D’os.

El día de hoy, después de tantos años, muchos de nosotros estamos acostumbrados a cuestionar todo de forma natural. Cuando se oye hablar sobre milagros aparece un escepticismo normal y, a veces, hasta un rechazo y cuestionamiento si todo eso verdaderamente sucedió.

Estamos educados a creer en hechos tangibles y lo que se sale de esos parámetros se cuestiona. Lo que rebasa lo cotidiano, lo que estamos acostumbrados a ver, lo consideramos sobrenatural y no lo aceptamos.

Día a día, la naturaleza se nos presenta ante nuestros ojos, en toda su magnitud. Día a día, somos testigos de innumerables milagros: el nacimiento de un bebé, la lluvia que cae, todos los ciclos de la naturaleza, etcétera. No nos detenemos a pensar que las leyes de la naturaleza están diseñadas, con tal precisión, que el mundo funciona perfectamente y crece la vegetación, nacen los animales, cambian las estaciones del año, los planetas giran sobre su propia órbita, con precisión matemática, etcétera. Cómo es posible que un diminuto espermatozoide, que viaja para encontrarse con el óvulo, tenga en su interior el plano perfecto de un ser. ¿No es esto un milagro? Y sucede miles de veces cada día, a lo largo del planeta.Estamos muy acostumbrados a ver el nacimiento de un bebé y no nos detenemos a pensar en la maravilla que esto significa.

Pensemos en la maná que caía del cielo y que alimentó a los hebreos durante 40 años en el desierto, los que lo vieron caer por primera vez lo vieron como algo increíble y milagroso, un regalo de D’os. Sin embargo, los niños que nacieron en el desierto veían este prodigio como natural. Esas mismas personas que nacieron en el desierto y que no conocían otra forma de alimentación que la maná que caía de arriba hacia abajo, al llegar a la tierra de Kenaan, vieron cómo el trigo con el que se producía el pan, crecía de la tierra, de abajo hacia arriba. Ellos se asombraron y lo consideraron como un verdadero milagro.

La verdad es que una cosa no es más maravillosa que la otra. Si uno cree en la existencia de un D’os omnipotente, Creador del Universo, de los cielos y la tierra, es lógico pensar que ese D’os lo puede todo. Si D’os creó el mar, ¿por qué no iba a poder, en el momento que lo decidiera, alterar su curso para permitir a los hebreos que cruzaran sobre tierra seca? Luego, una vez que ellos hubieron pasado, Él regresó las aguas a su lugar para acabar con los egipcios que perseguían a los hebreos.

Por otra parte, está el intento de la ciencia de buscar explicaciones a todos estos hechos. Un científico comienza por darles credibilidad, por la sola razón de que un acontecimiento de esa magnitud, que se ha transmitido de padres a hijos, tiene que haber sido real. No es lógico que esa primera generación haya inventado este relato, con implicaciones prácticas, sin que haya verdaderamente sucedido.

Ciertos investigadores tratan de darle una explicación científica, alegando que todo fue producto de las fuerzas de la naturaleza. A cualquiera puede impactar la explicación científica de los sucesos de la Torá. Sin embargo, se puede llegar a la conclusion absoluta de que las explicaciones “lógicas” que expone la ciencia, no tienen lugar. Como ejemplo podemos citar la separación del Mar Rojo. El argumento científico es que ese fenómeno sucede realmente una vez cada millones de años. Analicemos, con una lógica elemental, lo oportuna que fue esa fuerza natural que, justo cuando el pueblo de Israel necesitaba cruzar el mar, en ese instante sucedió ese fenómeno natural y cuando los Egipcios pasaron se acabo el fenómeno.

Respecto a las plagas consideremos estos dos puntos:

1.- Moshé utilizó las plagas como un medio de amenaza al faraón para que liberara al pueblo de Israel. Lo curioso es que solamente afectaron a los egipcios y no a los hebreos, cosa que el faraón lo fue corroborando como lo menciona en la Torá. Cada vez que D’os mandaba una plaga él veía que en la tierra de Goshem, donde vivían los hebreos, no pasaba nada. Si las plagas hubieran sido el resultado de efectos naturales, hubieran arrasado a todo el territorio por igual. La fuerza natural no podía haber distinguido entre las casas de los hebreos y los egipcios. Sólo así, el faraón se sintió amenazado por la fuerza de ese D’os invisible y poderoso.

2.- La Torá relata que Moshé le decía al faraón que él podía retirar la plaga en cuanto quisiera y que le dijera cuándo quería que lo hiciera. En una ocasión, el faraón le dijo que la suspendiera al otro día, sólo para probar si eso era verdad. Y así lo hizo Moshé, al día siguiente, la plaga cesó. Esto demostró que efectivamente, Moshé tenía el control, a través del poder de D’os.

Esta fe en D os se complementó más tarde en el episodio del mar Rojo y, al final, con la revelación divina en el Monte Sinai, donde Lo escucharon directamente. Esto sucedió una sola vez en la historia. Esa generación supo lo privilegiada que había sido y por eso, se le indicó que transmitiera su testimonio a las generaciones futuras.

Démosle a los sucesos de la salida de Egipto la importancia que se merecen para transmitir a nuestros hijos la verdadera base en lo que se sustenta nuestra fe. Démosle el lugar sagrado que se merecen.

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