Hablemos sobre “una mala racha”

“Últimamente en mi familia hemos tenido una mala racha en diferentes áreas. Primero fue el negocio de mi esposo el que empezó a tener complicaciones, después mi hijo tuvo un accidente automovilístico (aunque, gracias a D’os, no pasó a mayores), luego uno de nuestros parientes cercanos empezó a tener problemas de salud, y por último, ese mismo día se murió nuestro perro. ¿Estará D’os enojado con nosotros? ¿Nos habrán puesto el “mal de ojo”? ¿Se ha posado la mala suerte en nuestra familia? O dicho en otras palabras: ¿por qué nos están pasando tantas cosas malas?”

Quiero comenzar aclarando que hoy en día, no existe un individuo capaz de responder con certeza y seguridad a preguntas como ésta. Esto se debe a que los designios del Todopoderoso pueden deberse a distintas causas, las cuales permanecen como un misterio para nosotros los mortales. Solamente un profeta podría conocer las verdaderas causas de cierto evento y saber lo que el Creador nos está queriendo transmitir con los múltiples escenarios que nos presenta en esta vida.

Y me parece pertinente aclarar, que este tipo de preguntas acerca de por qué pasan las cosas, no afectan solamente a personas comunes como nosotros; estas interrogantes han atormentado inclusive el más destacado de todos los profetas, Moshé Rabenu. La Torá nos cuenta que cuando el gran líder del Pueblo de Israel se encontraba en la cúspide de su vida y estaba experimentando una cercanía impresionante con el Creador del mundo, aprovechó ese momento para plantearle a D’os una pregunta que lo había estado inquietando desde hacía mucho tiempo: ¿por qué a veces sucede que el justo sufre mientras que el malvado prospera?

Es obvio que a Moshé Rabenu no le faltaba fe y no carecía de espiritualidad, y aún así esta incógnita no lo dejaba tranquilo. Por lo tanto, no debemos sentirnos mal por tener este tipo de preguntas en nuestro interior. Pero lo que sí debemos hacer, es tratar de buscar respuestas que logren darnos la serenidad que necesitamos para poder enfrentar esos escenarios con la cabeza en alto y sin caer en la desesperación.

Como mencioné al inicio, es imposible determinar de forma exacta y precisa las razones de cada caso en particular, pero el conocer algunas posibles causas nos ayudará a entender la pauta que tiene el proceder divino, y podremos tener un enfoque correcto de las cosas que suceden en nuestras vidas en el día a día.

Cuentan nuestros sabios que el gran y famoso erudito Rabí Yehoshúa Ben Leví había estado pidiendo durante mucho tiempo tener el privilegio de ver a  Eliyahu Hanabí. Después de un tiempo, su petición fue concedida y el profeta Eliyahu apareció ante el sabio. Aprovechando el gran momento, Rabí Yehoshúa solicitó al profeta que le permitiera acompañarlo durante algún tiempo para poder aprender de su comportamiento y sabiduría, a lo que Eliyahu respondió afirmativamente, no sin antes establecer una condición: Rabí Yehoshúa no podría cuestionar el comportamiento del profeta ni exigir explicaciones sobre lo que vería durante ese tiempo; y en caso de que el sabio faltará a esa cláusula, se daría por terminado el recorrido y el profeta desaparecería y partiría solo. Tras aceptar la condición, ambos personajes se pusieron en marcha.

La primera parada fue en la casa de una familia que vivía en un estado de suma pobreza. El sustento no alcanzaba ni para lo básico. La única fuente de ingresos era una vaca, de la cual sacaban leche; vendían un poco y bebían el resto. Cuando el dueño de la casa y su esposa vieron a los forasteros, salieron a su encuentro y con una cálida sonrisa los invitaron a pasar la noche, compartiendo con ellos sus pequeñas y de por sí insuficientes raciones de comida. Tras pasar la noche y despedirse de los anfitriones, el sabio y el profeta partieron de nuevo, pero antes de alejarse demasiado del lugar, sorpresivamente Eliyahu Hanabí se detuvo por unos instantes y le rezó a D’os pidiendo que muriera la vaca de esta pobre familia. Rabí Yehoshúa se encontraba sumamente confundido por lo que acababa de escuchar y se preguntaba cómo era posible que el profeta castigara así a estos pobres y humildes individuos quitándoles su única fuente de sustento, después de que habían actuado con ellos de una forma formidable. Pero recordó que no podía cuestionar al profeta, ya que de lo contrario perdería el privilegio de continuar acompañándolo, así que se contuvo y siguió caminando en silencio.

La segunda parada fue en la mansión de un hombre muy rico, quien les negó pasar la noche ni siquiera en el patio de su casa, y quien además los atendió con notable despotismo. En esta ocasión la sorpresa se la llevó Rabí Yehoshúa por la mañana, ya que el profeta rezó para que una de las paredes de la casa del rico -que se encontraba en malas condiciones-, se reparara milagrosamente sin que el hombre de la casa tuviera que esforzarse en reconstruirla. Una vez más, las dudas acerca de las causas del comportamiento del profeta carcomían el corazón del sabio, pero tuvo que callarse la boca por segunda ocasión.

El tercer día, ambos personajes arribaron a un poblado que poseía una hermosa sinagoga a la que solo asistían hombres ricos. Mientras se encontraban ahí, uno de estos hombres se dirigió al púlpito y comenzó a decir que los pobres y forasteros que llegaban al lugar, se estaban convirtiendo en una gran “carga” para el pueblo, por lo que había que buscar la manera de “remediar” la situación. Después de unos momentos, los presentes llegaron a un consenso y tomaron la decisión de que los pobres debían dormir en la sinagoga y solo se les entregarían exiguas raciones de agua y pan. Tras pasar la noche en el templo, una vez más el profeta Eliyahu sorprendió a Rabí Yehoshúa con sus rezos, pues en esta ocasión, Eliyahu imploró al Creador para que todos los hombres ricos asistentes a la sinagoga, se convirtieran en líderes y cabecillas del lugar.

En el cuarto día, los viajeros llegaron a un pueblo en el que fueron recibidos con beneplácito y alegría por sus habitantes. Los trataron con cariño y respeto, procurando cubrir todas sus necesidades. De nueva cuenta, cuando llegó el momento de partir, el profeta elevó un rezo a D’os, pero esta vez implorando que solamente uno de los ciudadanos se convirtiera en el dirigente de todos los demás.

Colmado por la frustración y la impotencia, Rabí Yehoshúa no se pudo contener por más tiempo, y confundido, expuso ante Eliyahu sus preguntas: ¿Por qué a la gente buena la castigaba mientras que a los malvados los premiaba? Aparentemente nada tenía sentido.

Tras recordarle que a partir de ese momento el sabio debía despedirse del profeta por romper la cláusula del trato, Eliyahu Hanabí se dispuso a explicarle las cosas a Rabí Yehoshúa:

“La razón por la que visitamos a esa pobre y noble familia, fue porque supe que estaba marcado en el destino que la mujer de la casa moriría en poco tiempo. Así que después de que nos atendieron con esmero y calidez, recé para que el decreto de muerte que yacía sobre la mujer, se expiara con la muerte de la vaca. Lo que parecería a simple vista un acto de crueldad de mi parte, no era sino un acto de benevolencia para con ellos.

“Por su parte, si el hombre rico y arrogante que nos atendió tan mal hubiese reparado la pared con sus propios medios, hubiese derribado la pared para reconstruirla y habría encontrado un gran tesoro ubicado bajo el muro; y debido a que este individuo no merecía tal recompensa, imploré para que el muro se reparase milagrosamente evitando así que el dueño de la casa encontrara tal fortuna.

“En lo que se refiere a los hombres ricos de la sinagoga que se negaban a prestar ayuda a los necesitados, los “bendije” para que todos fuesen líderes. De esa forma tendrían constantemente pleitos y discusiones al carecer de una cabeza que tomase las decisiones de manera legítima. Más que una bendición, una congregación en la que todos se creen líderes sería una calamidad.

“Y por último, bendije a los habitantes de la última localidad para que sólo uno de ellos fuera el dirigente, para que de esa forma gozaran de paz y tranquilidad como recompensa por su buen trato hacia la gente necesitada”, concluyó el profeta.

El sabio Rabí Yehoshúa entendió que lo que parecía ser un turbio panorama lleno de injusticias y contradicciones, resultaba ser en realidad una muestra de bondad y justicia.

Ésta parábola es solo un ejemplo de cómo el comportamiento de D’os, incomprensible para nosotros, siempre tiene sus razones, y cómo estas razones son siempre correctas y por nuestro bien.

Debemos entender que como seres limitados, carecemos de las herramientas y de la capacidad para comprender a D’os, pero debemos confiar en que Él hace todo para nuestro bienestar. Cuando entendemos que gobierna sobre nosotros un D’os bondadoso, es más fácil superar los obstáculos y las dificultades que se nos presentan en la vida, pues las podemos ver como bondades ocultas. Tal vez no logramos entender la razón de las cosas en el momento en que suceden, pero muchas veces logramos descubrir, después de un tiempo, que todo, absolutamente todo, es para nuestro beneficio, y que eso que nos sucedió estaba motivado por una bondad infinita del Creador hacia nosotros sus criaturas.

En base a todo lo anterior, podemos decir que tal vez podría existir un decreto muy duro sobre un individuo o una familia (por razones que están fuera de nuestro alcance); sin embargo, D’os con su bondad infinita, prefiere mandar otras adversidades mediante sucesos como los que describes en tu pregunta, con el fin de evitar que tuvieran que suceder tragedias de mayor proporción. Y es por eso que debemos sentirnos agradecidos por la forma en la que D’os elige actuar con nosotros, a pesar de las cosas que nos suceden en el día a día.

Un punto importante para finalizar: quiero aclarar que éste es un tema que amerita un análisis mucho más profundo. Con estas breves líneas ofrezco solo una muy breve reflexión, y no pretendo, en lo más mínimo, haber dicho todo lo que se puede comentar al respecto.

 

Leave A Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *