¿Es necesario tener un nombre hebreo?

El nombre debe ser respetado tal cual, y no existe ninguna obligación o costumbre de cambiarlo, o de agregar uno adicional que sea de origen bíblico ni hebreo. Quienes así lo sugieren, o quienes lo hacen, están en un error, tanto desde el punto de vista halájico como cabalístico. Lo que sí es recomendable es que, cuando nace un bebé, se le ponga un nombre bíblico o hebreo, si es que se pretende utilizarlo en la vida cotidiana. Si no se piensa llamar a ese niño o niña por ese nombre, no tiene sentido ponérselo.

Por otro lado, cuando alguien sube al Séfer; o cuando se hace un rezo a nombre de alguien (de Refuá Shelemá, por ejemplo); o, si la persona ya falleció, cuando se hace un rezo para elevar su alma (en hebreo, hashkabá; o en árabe, tarjhim), existe una idea que debe traducirse el nombre al hebreo, aún cuando la persona nunca tuvo ese nombre. Algunos ejemplos son: Alberto-Abraham, Carlos-Nathán o Fortuna-Mazal. Esta idea es totalmente equivocada, puesto que en el Cielo toman el nombre de la persona tal cual se usa en la vida. E incluso un nombre hebreo, aún cuando se haya puesto en el Brit Milá o en el Séfer Torá, si nunca se utilizó en lo cotidiano, en términos halájicos, se llama shem shenishtakáh (nombre que se olvidó). En pocas palabras, el nombre hebreo deja de tener validez religiosa si nunca se utilizó. Ni siquiera se le considera más su nombre.

Lo curioso es que muchas de estas supuestas adaptaciones ni siquiera son traducciones reales en términos lingüísticos. “Alberto” no es “Abraham”, puesto que son nombres completamente distintos. Y menos en nombres que ni siquiera tienen letras en común, como el citado caso de “Carlos” que muchos traducen como “Nathán”, los cuales no tienen nada que ver el uno con el otro. Y como éstos, hay otros casos similares.

De hecho, el gran Rabino Ovadia Yosef Z¨L, en su libro Jazón Ovadia, en el Tratado de Avelut, en las leyes de Bikur Jolim, halajá 15 prohíbe utilizar un nombre ficticio, solo por ser hebreo, al rezar por alguien. Rab. Yosef insiste en que se debe utilizar el nombre real de la persona, sea hebreo o no. Asimismo, recalca que nuestros sabios prohibieron terminantemente cambiarse el nombre, o agregar uno, salvo en caso de una enfermedad grave (e incluso en ese caso, se debe consultar con una autoridad rabínica para verificar que se cumplan diversos requisitos). Asimismo, el gran Rabino Yaakob Hilel, shelita, opina lo mismo. 

Ahora, en cuanto a la Kabalá, el Zóhar, en su Tomo 1, hoja 60, dice: “el nombre del ser humano es asignado por los padres de manera profética”. ¿Cómo entender esto? El gran cabalista de Damasco Jaim Vital (quien fuera alumno predilecto del Arí Z¨L), en su libro Shaar HaGuilgulim, en la Introducción 23, hoja 24, explica lo anterior de la siguiente manera: “Es D’os quien pone en la boca de los padres el nombre de sus hijos, y ése es el nombre de esa alma, de acuerdo a lo correspondiente en el mundo espiritual bajo el Trono Celestial; y en él se concentran la fuerza de su vida, su misión y su sentido. Por ello, no debe ser cambiado el nombre, ya que esto provocaría una interrupción del flujo de luz celestial del alma que está conectado con su auténtico nombre, por lo que es (incluso) perjudicial (cambiar el nombre)”.

Más allá de la profundidad de estos conceptos, tal vez difíciles de entender para nosotros, queda claro que, según la Kabalá, no se deben cambiar los nombres. Con esto queda totalmente descartado el argumento que utilizan algunos para recomendar, en nombre de la Kabalá, que se cambien los nombres.

Y a propósito del Rab. Jaim Vital, su esposa se llamaba Yemile y su hija, Ángela. Ninguno de ésos son nombres hebreos, y Rab. Vital nunca pretendió cambiárselos. Además, encontramos en el Talmud a grandes tanaítas y amoraítas (los eruditos que codificaron la Mishná y la Guemará, respectivamente), cuyos nombres no eran ni bíblicos ni hebreos. Algunos de ellos son Alexander, Antignós, Amé, Rabá, Jalafta, Ashé, Edmón, entre tantos otros. Ninguno de ellos se cambió el nombre.  Lo mismo entre rabinos posteriores y sus esposas, tanto de la tradición sefaradí como ashkenazí: Amar, Shajud, Rajmo, Maimón, Wolff, Méndel, Hérschel, etc.  La lista es larguísima.

Lo que recomendamos en todo caso es lo que dice Maimónides en su Yad Jazaká, en el Tratado de Teshubá. El gran filósofo y rabino indica que para hacer teshubá, la persona debe “cambiar su nombre”, pero explica que esto no significa un cambio de nombre literal, sino una transformación ética de su esencia, dejar lo malo para asumir lo bueno.

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