La vida es como una partida de ajedrez

En esta ocasión, para mi artículo sobre Rosh Hashaná y Yom Kipur, me gustaría compartir el lector un enfoque un tanto diferente (y que considero muy interesante) acerca de la vida y de cómo deberíamos desarrollarnos y desenvolvernos.

Desde pequeño, desarrollé un especial interés por el ajedrez. Con el tiempo, entendí que este juego es mucho más que un pasatiempo. Es casi una ciencia, un verdadero arte, e incluye varias lecciones de vida sumamente valiosas. A mi entender, la vida se compara a una partida de ajedrez. Y si nos manejamos en nuestra existencia como un buen ajedrecista lo haría sobre el tablero, creo que podríamos alcanzar el éxito total en todos los aspectos de nuestra vida.

Pero antes que nada, dejemos a un lado si sabes jugar ajedrez o no, porque esta reflexión está dirigida a todas y a todos.

Comencemos explicando que en el ajedrez, es necesario hacer una planeación. No podemos mover las piezas solamente por instinto o al azar, sino que debemos tener una estrategia y un objetivo claro. En el ajedrez, el objetivo es muy claro: hacer Jaque Mate (es decir, una jugada que desafíe al “rey” de forma que no pueda defenderse, poniendo fin a la partida). En consecuencia, todo el juego gira alrededor de esta meta. De igual forma, en la vida debemos tener un objetivo definido, y todo debe girar alrededor del mismo. Este objetivo debería ser la superación personal, pues ésa es la razón por la cual fuimos creados por D’os.

En el ajedrez, para lograr el objetivo se debe vencer al oponente, neutralizando sus ataques y atacando con precisión, a la primera oportunidad. Todo esto puede parecer simple, pero no lo es; se necesita mucha concentración y un estado de alerta permanente para realizar las decisiones correctas y los movimientos adecuados, tomando en cuenta no solo el escenario presente, sino también los futuros. Es decir, debemos anticipar los movimientos que podría hacer nuestro rival antes de ejecutar nuestras propias jugadas. Además, se debe tener temple y firmeza para afianzar la posición propia y, tras atacar, evitar un posible contraataque.

También esto tiene una fascinante comparación con la vida. Cada uno de nosotros tiene un enemigo, nuestro lado oscuro, el cual contiene instintos, pasiones y deseos negativos; si le damos rienda suelta a esta faceta y permitimos que nuestros ímpetus avancen sin control, vulnerarían nuestra existencia y atentarían contra nuestra existencia. Por lo tanto, debemos pensar muy bien antes de permitirles el acceso ilimitado a nuestra realidad. Por otro lado, también tenemos instintos, pasiones y deseos positivos, los cuales sí deberían ser aprovechados, pues su consumación es a nuestro favor.

Y como en el ajedrez, para no errar en el juego de la vida, tenemos que pensar, planear y actuar con la más perfecta precisión, logrando así́ el equilibrio perfecto, y alcanzando nuestra superación y éxito. Cada movimiento debe ser vislumbrado de antemano y canalizado hacia el objetivo primordial.

El fin último del ser humano consiste precisamente en esta transformación, en pasar de ser un mero organismo, un ser vivo más, a convertirse en la corona de la creación del universo. Y esto solo se puede lograr utilizando nuestra característica peculiar que nos distingue del resto de las criaturas del mundo natural: el poder del intelecto y la razón.

Esta facultad nos permite detenernos a pensar y a analizar nuestra posición en el mundo, en lugar de simplemente actuar por instinto. Nos permite elegir conscientemente, y por ende, nos genera también el gran compromiso de la responsabilidad.

Las Fiestas Mayores que tenemos en puerta existen precisamente para darnos un tiempo de reflexión moral y balance espiritual. Cada año, en estas fechas, hacemos un alto en el camino y volteamos hacia ambos lados de nuestro trayecto: hacia el pasado para constatar lo que hemos logrado, y hacia el futuro para ver hacia dónde nos estamos dirigiendo.

¿Habremos movido bien nuestras fichas? Al igual que en el ajedrez, en la vida contamos con un gran ejercito que nos puede ayudar a cumplir con nuestro objetivo. Y si lo analizamos con mayor detenimiento, veremos que podemos comparar prácticamente todo el tablero con la vida humana. Veamos…

Primero, tenemos al “rey” y a la “reina”, representando a la pareja, al hombre y a la mujer. En el ajedrez, la dama es la pieza más fuerte y se mueve prácticamente hacia donde desee, impactando así́ todo lo que sucede en la partida. Así́ también la mujer, con su sensibilidad y el entendimiento particular que la caracteriza, impacta todo lo que está a su alrededor. Por ejemplo, en la familia es el eje central, pues contribuye importantemente al desarrollo de su esposo y al de sus hijos, motivándolos siempre para avanzar (además de su propio perfeccionamiento y crecimiento como ser humano, por supuesto).

Regresemos al tablero: los “alfiles” son como los ministros de la corte, representando la mente, el pensamiento y la conciencia, que nos dotan de ideas y planes.

Los “caballos” vendrían siendo el cuerpo, la parte física de donde surgen nuestros impulsos naturales que nos mueven en la vida. Pero en la vida, el “caballo” no debe ir solo, su jinete es la razón, eso que guía al animal para ponerle freno y poderlo controlar.

También está la “torre”, que simboliza la casa, una pieza muy importante sin duda. Pero si dentro de la casa no hay valores y principios, ésta es meramente una construcción física y no un hogar.

Por ultimo, están los “peones”, que son simples herramientas. Los podemos comparar con las acciones que nos mueven a diario: comemos, bebemos, dormimos, trabajamos, interactuamos, etcétera. Actos aparentemente insignificantes, pero que si se utilizan bien, pueden llevarnos al triunfo; al igual que el “peón” que, avanzando firme y gradualmente, puede alcanzar la corona.

Como ya dijimos, nuestra misión en la vida consiste en superarnos. Pero esta misión se alcanza mejor si avanzamos de forma gradual, sin precipitarnos. En el ajedrez, un movimiento impulsivo realizado con la intención de querer ganar rápido, puede generar un contraataque que nos haría perder toda la partida. De igual forma, si deseamos superarnos en la vida, debemos hacerlo paulatinamente para evitar un estrepitoso retroceso. Las ansias de avanzar, careciendo del pensamiento paciente que ve a largo plazo, puede lastimarnos. Lo mejor es ir con calma, avanzar un paso, afianzar y asimilar esa posición, para después dar otro paso hacia adelante.

En el sagrado Talmud, nuestros sabios nos dicen que una persona con un elevado nivel espiritual, con valores y principios, no se convertirá́ en un hereje de la noche a la mañana. Podría llegar a pasar, pero no es lo común. Pero al igual que como sucede en el ajedrez, en donde una mala jugada puede provocar un Jaque Mate, una mala decisión puede llevarnos al precipicio. Pero como mencionamos, ésa es la excepción a la norma; en realidad, en la gran mayoría de los casos, el declive se da de manera muy sutil, no de forma radical. Todo sucede paso a paso, tanto en sentido positivo como negativo. Quizá́ al comienzo la falla sea casi imperceptible (“no te tienes que poner el tefilín todos los días”, “no pasa nada si faltas un día a estudiar Torá”, “no pasa nada si de repente dices una mentirita o haces una trampita”, etc.), pero paso a paso uno se va alejando. Ésa es la estrategia del enemigo.

Seamos inteligentes y apliquemos esa misma estrategia, pero contra él. ¿Cómo? Igualmente, de forma gradual pero sostenida. Construyendo un hogar y manteniendo un matrimonio estable, honrando buenos valores, educando a nuestros hijos en el sendero de la rectitud. De manera planeada y con paciencia. Superémonos poco a poco, progresivamente, detalle a detalle, hasta alcanzar la cima.

Finalmente, cabe resaltar que a pesar de estos paralelismos entre el ajedrez y la vida, hay una gran diferencia según la visión de la Torá, una diferencia que prácticamente nos cambia el juego por completo (y a nuestro favor):

En el ajedrez, cuando ejecutamos un movimiento y soltamos la ficha, está prohibido retractarnos. Un mal movimiento tendrá́ sus consecuencias y éstas no se esfumarán, por más arrepentidos que estemos. En cambio, en la vida, D’os Todopoderoso, Creador del universo, nos da la posibilidad de arrepentirnos y corregir nuestros errores. Incluso, si es necesario, podemos empezar de nuevo la partida, con la posibilidad de no ahogarnos en el error sino tomándolo como experiencia y aprendizaje para no volverlo a cometer.

Esa es la famosa teshubá: la oportunidad de enmendar, aun después de haber perdido varias partidas.

Cabe mencionar que esto no es algo precisamente lógico. Un criminal no se salva de la condena por arrepentirse en el tribunal, por ejemplo; por más que el acusado grite y suplique, diciéndose arrepentido  y comprometiéndose a actuar diferente el día de mañana, el juez no cambiaría su sentencia. Como en el ajedrez. La acción ya está tomada y no hay vuelta atrás.

Pero D’os nos brinda cada año esa gran oportunidad, un regalo que no debemos desaprovechar.

Recuerdo que en una ocasión, estaba jugando una partida de ajedrez y realicé un mal movimiento que me hizo perder una pieza importante. Pensé que ya todo estaba perdido y estuve a punto de rendirme, pero después, vislumbré una brillante oportunidad y terminé ganando el juego. ¿La moraleja? Nunca te rindas ni te des por vencido. Nunca es demasiado tarde para salir adelante en el juego de la vida.

Aprovechemos estos días de reflexión para aprender e idear nuevas estrategias y planeaciones para nuestra vida. Pero lo más importante, sepamos cuál es el objetivo. Aprendamos a tener visión para anticipar las consecuencias de nuestros actos. Como dijeron nuestros sabios: “¿quien es el sabio? El que ve las consecuencias de sus actos.” Dejemos de actuar con impulsividad, y  tendremos éxito.

Deseo a todas y a todos, que tengamos un año de salud, superación y mucho éxito, como consecuencia de un esfuerzo racional y espiritual por proyectarnos hacia el futuro, y planificando los pasos que debemos seguir este 5780 para la superación. ¡Ketibá vejatimá tová!

* Como nota al margen de este análisis filosófico, quiero comentar que leí sobre un estudio, en el que se indica que jugar ajedrez es la única actividad mental que ejercita simultáneamente todas las partes del cerebro: la concentración, la memoria, la creatividad, la lógica, la estrategia, las matemáticas, el análisis, el arte, la planeación, el intelecto, el cálculo, etc. Por lo mismo, les recomiendo mucho que aprendan este apasionante juego y que se lo enseñen a sus hijos. A diferencia de muchos videojuegos, ¡este juego les aportará un excelente ejercicio mental!

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