La vida no es un juego de Pokémon GO

Durante el verano del 2016, el mundo vio cómo se expandió el último fenómeno electrónico: un juego que combina la animación con la realidad virtual, llamado Pokémon GO. Este juego ha provocado sensación por parte de miles de personas en todo el mundo, y es tanta  la pasión provocada, que hasta pone en riesgo al que lo está jugando. Para entender esto, hay que explicar en qué consiste dicho juego.

La característica principal de este pasatiempo es que para jugarlo hay que moverse, caminar e interactuar con el mundo real, pero viéndolo a través del teléfono celular. La cámara del teléfono reproduce lo que vemos a nuestro alrededor y lo muestra sobre la pantalla del celular, pero el programa agrega unos “monstruos” ficticios sobre esta imagen. La idea del juego es “atrapar” a estas criaturas virtuales, los Pokémon. En pocas palabras, la persona interactúa con el mundo, no de manera directa, con nuestros sentidos, sino de forma indirecta, por medio de una simulación artificial y fragmentada. En mi opinión, la popularidad de este juego nos puede dejar una enseñanza muy significativa acerca de la vida.

En el juego, la recompensa que recibe el jugador es ver cómo va acumulando puntos conforme va “atrapando” a los Pokémon. La satisfacción es decir “logré el reto”, con lo que uno adquiere más puntos y accede a mayores retos. Ahora, todos sabemos perfectamente –y el jugador también lo sabe- que dichos retos y puntos son ficticios, que en la vida real no se recibe nada a cambio del tiempo invertido en el juego. Uno se deja llevar por la emoción de pensar “lo hice bien, acumulé más puntos, soy buenísimo en esto y estoy superando a los demás”, y por eso le dedica tiempo, pasión, y hasta una vulnerabilidad al riesgo y al peligro, porque, como decíamos, quien juega Pokémon GO no está del todo consciente de su entorno. El jugador puede estar tan “metido” en perseguir un Pokémon, que puede exponerse a ser atropellado por un coche si atraviesa la calle sin fijarse. O puede tropezar con una pared o una columna por estar mirando la pantalla del celular.

Todo por esa sensación de recompensa inmediata que se recibe al “subir de nivel” en el juego. Mientras más se avanza en esa realidad virtual, más tiempo real se le dedica.

Si miles de personas se entregan de tal manera a algo que no deja ningún beneficio en la vida real, con más razón podríamos hacerlo para algo que verdaderamente tiene sentido. Y no es solamente el caso de este juego. ¿Cuántas actividades cotidianas hacemos en nuestro día con día que no nos dejan nada de valor? Al fin y al cabo, creemos que el tiempo libre hay que “matarlo”. ¡Qué equivocada idea!

Ahora comparemos eso con la experiencia de hacer una obra de bien, tal como ayudar a un necesitado o proporcionar alegría al afligido, o aprender algo nuevo, o aconsejar y guiar a otros para que logren superarse. Cuando invertimos nuestro tiempo en tareas nobles y moralmente productivas, nos quedamos con un sentimiento de satisfacción mucho más profundo. Y lo interesante es que estos actos de bondad también nos generan “puntos” para “subir de nivel”, con la diferencia de que aquí los puntos son reales, y los niveles también.

¿Por qué entonces no le dedicamos más tiempo a ese tipo de acciones?

Es común ver que algunas personas dejan de ir a trabajar por ver un partido de futbol; es “pasión”, dicen. Y si el equipo favorito pierde el partido, nos enojamos y hacemos corajes. Aunque al final, todos sabemos que si el equipo pierde, nosotros no perdemos nada real; y si gana, tampoco ganamos nada real. Pero caemos en la fantasía de ego de decir “el equipo con el que yo me identifico es el que ganó”. Esta fantasía proporciona una recompensa inmediata y fugaz. Es igual con Pokémon GO, perseguimos el gusto de acumular puntos y superar a otros, aunque sabemos que no ganamos nada real con eso.

Esto nos debe llevar a reflexionar. No tiene nada de malo disfrutar de un pasatiempo o una afición, sea ésta deportiva o electrónica. Entretenernos viendo los Juegos Olímpicos, por ejemplo, puede ser una manera sana de relajarnos, siempre y cuando no perdamos la perspectiva de lo que realmente importa en la vida.

Y si ya estamos invirtiendo tiempo y pasión en actividades recreativas, con más razón cabría hacerlo en actividades formativas, moral y espiritualmente hablando. ¿Por qué no dedicarnos a acumular puntos verdaderos ante D’os y nuestros semejantes? Sabemos perfectamente que la vida vuela, la vida se acaba rapidísimo. Y al final, todo eso que jugamos, el dinero que acumulamos, nada de eso trasciende a la vida. En cambio, los logros espirituales -el conocimiento que adquirimos; las enseñanzas que dimos a los demás; la ayuda que ofrecimos a nuestro prójimo; las obras de bien; el beneficio que proporcionamos a las personas desamparadas; el honor que rendimos a nuestros padres- todo eso sí trasciende. Todo eso genera méritos, puntos verdaderos más allá de nuestra vida.

Una enseñanza o un gesto de solidaridad pueden trascender por generaciones. De hecho, hoy seguimos recordando a grandes sabios de hace miles de años, seguimos estudiando sus legados, seguimos aprendiendo de sus eruditas instrucciones.  Y así mismo, cuando procuramos dejarles un legado moral a nuestros hijos o a la gente que nos rodea, confiamos en que eso va perpetuar nuestra memoria y nuestro buen ejemplo.

Por otra parte, estos méritos constituyen puntos reales para nuestra alma, que vive eternamente. Y la Torá nos asegura que habremos de recibir recompensa eterna por esas acciones. Así, los actos de bien son la mejor inversión porque, en un período de vida tan pequeño (comparado con la eternidad) nuestro saldo espiritual rendirá frutos para siempre. En un juego de Pokémon GO la recompensa es inmediata y apasionante, aunque insignificante. En cambio, en las buenas acciones, la recompensa, aún siendo significante, puede llegar a ser imperceptible. Por eso es importante mantener -cada noche, por ejemplo- un pequeño balance mental de nuestro quehacer cotidiano, y calificarnos con puntaje según la calidad de la obra o de la acción. Y propongámonos retos de incrementar nuestros puntos y nuestro nivel espiritual.

Además, no olvidemos el factor educativo de este compromiso moral. Cuando valoramos lo espiritual por encima de lo trivial, nuestros hijos aprenden de nosotros. Al vernos apasionados, no por un partido de futbol, sino por un crecimiento espiritual, se motivan a seguir nuestro ejemplo. Y eso, a la larga, puede engendrar una nueva generación de jóvenes más sólida en sus valores. No solo nos enfoquemos en ver qué están haciendo mal, y regañarlos o castigarlos, sino que busquemos oportunidades para felicitarlos y aplaudirles cuando “acumulen puntos”, haciéndolos sentir que “van ganando el juego”.

Hace unos días observé a una persona que estaba jugando Pokémon GO en la calle, y vi que de veras estaba concentrado en capturar el muñeco. Caminaba para atrás y para adelante, sin darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Su pasión por “atrapar” al Pokémon hacía que todo lo demás pasara a segundo término, perdiendo la noción del peligro. Ese riesgo lo vemos también en el consumo desmedido de alcohol, o en el uso de sustancias dañinas y adictivas, o en los juegos de azar y apuestas. La gente que incurre en estos vicios tampoco ve a su alrededor, y no mide las consecuencias tan graves de sus actos. La pasión derivada de las adicciones o del juego, puede destruir vidas enteras.

Por esto, es urgente que predomine la razón por encima de la pasión. Debemos ser inteligentes y no permitir que, por no ver a nuestro alrededor, lleguemos a perder la salud, la familia, el dinero, o el capital más importante que tenemos en la vida: el tiempo.

Vivimos en una época en la que la fantasía muchas veces sustituye a la realidad. La publicidad que vemos en los medios de comunicación tiende a idealizar y adornar las cosas, dándoles un valor  mayor al que realmente tienen, y presentándolas con una envoltura muy atractiva. Y es muy difícil no dejarnos seducir por esas envolturas, por esos fantasmas, por esas fantasías. Si vivimos para estas ilusiones, al final del día nos daremos cuenta que nuestro balance está en ceros. Solamente tendremos “puntos” que no valen, puntos estilo Pokémon.

Como judíos, tenemos la suerte que D’os nos da, en estas fechas, diez días de reflexión, desde Rosh Hashaná hasta Yom Kipur. Esta época es perfecta para voltear a mirar nuestro entorno, y observar si estamos aprovechando nuestra vida. También es momento de concientizarnos de que ya pasó otro año, y así, año tras año, la vida se va. Hagamos ese balance y proyectémonos para el siguiente ciclo. Si este año que concluye acumulé pocos puntos reales en el juego de la vida, comprometámonos el próximo año a acumular muchos más.

Creo que esto es algo absolutamente obligatorio para todos, seamos chicos o grandes. Que nuestro reto para el 5777 no esté en atrapar muñecos Pokémon, sino en canalizar nuestra pasión para las cosas positivas. Ahí está el puntaje más grande que podemos acumular, y que nos acompañará por siempre.

¡Shaná tobá umboréjet!

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