¿Razón o pasión?
Mensaje para Fiestas Mayores 2020
Cada año, cuando preparo mi artículo para las Fiestas Mayores, procuro encontrar un ángulo o un tópico diferente e interesante. En esta ocasión, es innegable que el tema más hablado en los últimos seis meses ha sido la pandemia de COVID-19 y las consecuencias que ésta ha traído, en términos económicos, sociales, familiares, y psicológicos. Resulta imposible ignorar este hecho. Y sin embargo, ¿hay algo nuevo que no se ha dicho ya? ¿Hay algún mensaje para las Fiestas Mayores que podamos desprender de esta situación?
En este sentido, quisiera destacar algunas de las enseñanzas más notorias que hemos aprendido durante esta pandemia. Y se relacionan particularmente con un patrón de conducta muy común en el ser humano.
Nuestra naturaleza hace que seamos, todos, susceptibles a dejarnos llevar por la pasión, por el deseo, por el sentimiento y la emoción. Desde que somos niños, e incluso en la edad adulta, buscamos el placer en todo momento. Pero esta búsqueda significa dejar a un lado la razón. Incluso aunque estemos conscientes de que esto nos puede acarrear consecuencias negativas, a veces nos dejamos llevar por nuestra debilidad humana.El deseo del momento puede ser tan poderoso que en ocasiones nos podemos sentir incapaces para resistir nuestros impulsos, sin dimensionar los resultados y consecuencias de nuestros actos.
Lo podríamos sintetizar de esta manera: cuando el sentimiento se enfrenta a la razón, por lo general vence el sentimiento. Y eso lo vemos en muchos comportamientos de la vida cotidiana, en la alimentación, en la sexualidad, en las relaciones y conflictos personales, etc.
Un fumador compulsivo, por ejemplo, continuará fumando (en la mayoría de los casos), aun a pesar de que el médico le demuestre que fumar está dañando su salud, a pesar de las radiografías donde se evidencia de forma muy clara ese daño en el pulmón. ¿Y por qué sigue fumando? Por un lado, su mente le dice que debe dejar de fumar porque ese hábito es perjudicial y le está afectando. Pero por otro lado, el deseo lo lleva a encender otro cigarro. La mayoría de las veces, el deseo -y el hábito recurrente, convertido en adicción- terminan venciendo.
Ahora imaginemos que esa persona, al cabo de los años, se enfrenta con una enfermedad en los pulmones como consecuencia de su adicción. ¿Cómo reaccionará? En ese caso, se estarían enfrentando sentimiento contra sentimiento: el deseo de seguir fumando contra las emociones físicas y psicológicas de la enfermedad. Y, nuevamente, ganará la emoción más fuerte. Si la enfermedad no es grave, probablemente la persona seguirá fumando. Pero si, D’os no lo quiera, estamos hablando de algo mayor, como un cáncer, entonces eso mismo será lo que finalmente lo lleve a dejar el cigarro, ya que es un sentimiento mucho más fuerte.
Esta misma idea aplica en cualquier situación. Otro ejemplo: aunque un médico nos prohíba comer algo que nos hace daño, podemos llegar a ignorar esa advertencia simple y sencillamente porque “se nos antojó” ese suculento platillo. ¿Cuándo cambiaremos nuestro comportamiento? En la mayoría de los casos, lo haremos cuando nuestros antojos y apetitos se enfrenten con otras emociones más poderosas: desde una vergüenza por estar obeso, hasta, D’os no lo quiera, un infarto, por ejemplo.
Esto es algo que se puede comprobar en prácticamente todas las esferas de la vida del ser humano, e incluso en la historia. En la Torá vemos situaciones similares. Una de las más notorias fue cuando el pueblo de Israel salió de Egipto. Después de ver claramente la mano de D’os en las plagas en Egipto, después de presenciar cómo se abrió el mar por el cual atravesaron, después de vivenciar la revelación de D’os en el Monte de Sinai (donde además escucharon directamente la voz de Hashem), aun con todo eso, cayeron en el pecado grave de la idolatría. A nivel de su razón, tenían muy clara la existencia y el poder de D’os, pero sin embargo, sus pasiones los llevaron a adorar el becerro de oro, declarando “¡éste es tu dios, Israel, que te sacó de Egipto!”
¿Cómo puede alguien, en su sano juicio, caer en semejante aberración después de haber presenciado todos los milagros de Hashem? ¿Cómo se puede explicar la actitud del pueblo judío en ese suceso? La respuesta es muy sencilla. Después de las leyes que recibieron en el Monte Sinai, que los limitaba en ciertas acciones, su deseo los condujo a querer liberarse de dichas limitaciones. Fue más fuerte su deseo que su razón. Y así, buscaron cualquier pretexto para calmar los dictámenes de la razón. Como está escrito: “vayakumu lesajek”, que significa que después del becerro de oro, se levantaron a reírse, a jugar, al libertinaje.
Podríamos citar muchísimos ejemplos más, tanto de la historia universal como del comportamiento rutinario del ser humano, que demuestran que por lo general nos dejamos llevar por nuestros impulsos, deseos y sentimientos, siendo ése el factor número uno que provoca que cometamos errores.
Por eso nos indica la Torá que para poder garantizar que la persona se comporte acorde a sus convicciones, esas convicciones tienen que llegar al sentimiento. Está escrito: “veyadata hayom vahashebota el lebabeja ki Hashem hu haElokim”, qué significa que D’os nos pide que estemos convencidos de su existencia, pero que eso no es suficiente. Como dice el versículo, tenemos que asentarlo en nuestro corazón. El conocimiento de la existencia de D’os tiene que llegar al sentimiento, ya que así es como podremos mantener esa convicción.
Esta misma idea aplica en todos los preceptos religiosos del judaísmo. Debemos esforzarnos en sentir lo que hacemos. Cumplir las mitzvot con entusiasmo, con alegría, ya que de esa manera aseguramos la continuidad de esos preceptos; porque llegan al sentimiento y no solamente al intelecto.
Esta idea también la transmite la autora Margaret Heffernan en su libro “Willful Blindness: Why We Ignore the Obvious at our Peril”, donde desarrolla el concepto de “ceguera voluntaria” o “ceguera deliberada”. (El subtítulo en español es: “Por qué ignoramos lo obvio, a costa de nuestro riesgo”). En esta obra, que ha sido calificada por el Financial Times como uno de los libros más importantes de la década, la autora plantea que las amenazas más grandes que enfrenta el ser humano son las que no vemos, pero no porque estén escondidas o porque sean invisibles, sino porque no las queremos ver. Y como expliqué anteriormente, los deseos y los sentimientos nos llevan a no querer ver los riesgos. Nos cegamos, voluntaria y deliberadamente.
Otro factor determinante en nuestro patrón de comportamiento es nuestra capacidad para acostumbrarnos a cualquier situación. Uno de los grandes maestros del Talmud, Rab. Huna, nos enseña: “kevan deabar adam averá veshaná ba neesá lo keheter”, que significa que cuando una persona comete un error y lo repite varias veces, se le hace permisivo. La primera vez que una persona llega a robar, por ejemplo, siente una gran compunción; pero después de tomar lo que no le pertenece varias veces, pierde la sensibilidad e incluso llega a verlo como algo “normal”. Y así sucede en todo. Me imagino que un asesino, la primera vez que mata, siente un gran remordimiento que le quitará el sueño; pero después de hacerlo muchas veces, terminará por ya no sentir nada e incluso llegará a justificar o racionalizar sus actos.
Cuando adquirimos malos hábitos, podremos sentir que eso no está bien; pero una vez que se nos hace costumbre, será muy difícil cambiar esos hábitos. La prueba más evidente de esto está justamente en la pandemia que estamos viviendo. Al principio todos nos alarmamos y tomamos las máximas medidas de precaución. Pero con el paso del tiempo, conforme nos fuimos acostumbrando a esta situación, nos llegamos a olvidar un poco y a atenuar las medidas precautorias. Se volvió rutina.
Si alguien hoy asiste a una fiesta, probablemente llegue con cubrebocas, pero después de un rato, quizás llegará a pensar que “no pasa nada” y se lo terminará quitando. Por un lado, sus ganas y deseos por divertirse le provocarán ceguera voluntaria, y por otro lado, la costumbre hará que minimice los riesgos de quitarse la mascarilla.
Me parece que ésta es una importante reflexión ahora que nos aproximamos a Rosh Hashaná y Yom Kipur. Son fechas en las que debemos hacer una profunda introspección que nos lleve a implementar cambios en nuestra vida. Que no nos suceda como en otros años, en que tal vez caemos en la rutina. Es común que durante las festividades nos prometamos mejorar como seres humanos y como judíos, pero una vez que pasan los festejos, por lo regular tendemos a regresar a lo habitual. No dejemos que eso suceda este año.
¿Y cómo lograr que este año sea diferente? Precisamente, entendiendo las razones por las cuales nos aferramos a hábitos nocivos, entendiendo que nuestras pasiones y deseos tienen las de ganar. Hagamos un plan para adquirir nuevos hábitos positivos, con experiencias y vivencias emocionales que refuercen esos nuevos comportamientos. Cumplamos los preceptos y las indicaciones de D’os con alegría, entendimiento y convicción. Que sean parte de nuestros sentimientos, para asegurar que perduren y los podamos llevar a cabo siempre.
Y no nos permitamos caer en la rutina. No perdamos la capacidad de asombro y reflexión sobre nuestras acciones. Debemos procurar renovarnos constantemente, y aprender a cuestionarnos si nuestros hábitos (aunque estemos acostumbrados vivir con ellos) son correctos o no. No importa qué tan arraigadas tengamos nuestras usanzas, siempre podemos cuestionarlas. De esa manera estaremos en mejores condiciones para lograr cambios verdaderos en nuestra forma de vida.
Capitalicemos estas enseñanzas tan significativas que nos ha dejado esta pandemia para bien, para que en estas próximas festividades logremos de verdad un cambio positivo en nuestras vidas. Para ser mejores personas. Para darle un sentido más profundo a nuestra existencia.
Y este Rosh Hashaná, cuando escuchemos la voz del Shofar, además de concentrarnos en todo lo ya mencionado, pidamos a D’os de todo corazón que se acabe pronto esta pandemia, que comencemos un año que nos traiga bienestar, salud, abundancia y superación personal. Y como citamos en el primer cántico que entonamos al comenzar Rosh Hashaná: “Tijle shaná vekileloteha, tajel shaná ubirjotea…”, que significa: “Que termine el año, dejando atrás todo lo negativo, y comience el nuevo año, atrayendo bendiciones y todo lo positivo…”, amén.